jueves, 22 de enero de 2009

A partir de aquel día, Rob J. pensó a menudo en su amigo, a veces con cierto resentimiento. Para Jay era fácil. Varias veces al día se en volvía en su taled, que le proporcionaba seguridad y tranquilidad sobre el ayer y el mañana. Todo estaba prescrito: estas cosas están permitidas, estas cosas están prohibidas; las instrucciones eran claras. Jay creía en la ley de Jehová y del hombre, y sólo tenía que regirse por los antiguos edictos y por los estatutos de la Asamblea General de Illinois. Para Rob J. la revelación era la ciencia, una fe menos cómoda y que proporcionaba menos alivio. La verdad era su deidad, la prueba su estado de gracia, la duda su liturgia. Poseía tantos misterios como otras religiones, y estaba lleno de caminos sombríos que conducían a profundos peligros, a precipicios espantosos y a los abismos más hondos. Ningún poder superior enviaba una luz que iluminara el camino oscuro y lóbrego, y él sólo contaba con su juicio frágil, con el que debía elegir el camino hacia la seguridad.
Chamán. Noah Gordon

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